Conozco un grupo de personas
El Racing de Gustavo Costas atravesó un año tumultuoso que culminó con coronación: el ídolo construyó un equipo donde combinó jugadores estelares con otros de bajo perfil y, no sin padecer en el camino, obtuvo un título internacional para el club luego de 36 años, en medio de la campaña por las elecciones en las que se consagró como nuevo presidente Diego Milito, otro amuleto de la institución.
El ringtone de “Citè Tango” hace las veces de introducción. Para casi nadie menor de 40 años eso que suena es el tema apertura dePersecuta, disco grabado por Astor Piazzolla y la Grande Orchestra d’Archi en los albores de 1977. El spot para presentar a las incorporaciones de la temporada 2024 del Racing Club de Avellaneda carga con otra referencia, más cercana en el tiempo: la de Los Simuladores, aquella serie en la que un cuarteto de tipos, desde la pantalla de Telefé, solucionaba cualquier tipo de problemas justo en plena crisis post 2001. Esta vez quien atiende el llamado no es el Mario Santos de Federico D’Elía sino Gustavo Adolfo Costas, emblema racinguista que volvió a hacerse cargo del primer equipo tras 17 años. ¿La misión? “Necesitamos poner a Racing en lo más alto”, dice la voz en off de Leandro Leunis, otro hombre del canal de las pelotas, otro reconocido fanático racinguista. Costas responde, sereno: “Lo podemos lograr”. Sabe cosas.
La temperatura ronda los 35 grados y Nano, amigo y chofer de este Toyota Corolla automático que atraviesa las rutas de Asunción, avisa: “Esta mierda se está quedando”. Acto seguido, el auto detiene su marcha. Estamos varados casi en medio de la nada —un local de comidas a 200 metros es la única señal de civilización— hasta que,45 minutos después, aparecen junto a Fer, el otro acompañante de viaje —un venezolano que vive hace diez años en Argentina y lleva tres de fan— dos héroes ataviados en indumentaria reconocible: ropa de la Academia. Para un hincha de Racing no hay nada mejor que otro hincha de Racing: tocan unos fusibles, sacan y vuelven a poner, y el coche —que, para colmo, tiene el tablero en japonés— arranca. Hasta Encarnación no se puede parar, porque el riesgo de frenar y que funda de nuevo está latente. Cinco, seis, siete veces, parece que ese automóvil blanco por fuera lujoso y por dentro cascoteado va a decir basta, pero llega a destino con el resto. Desde Encarnación, la frontera paraguaya con Posadas, nos queda un micro con destino a Retiro.
Al Racing de Costas le pasó parecido: amagó quedarse infinidad de veces pero, cuando estaba por fundir, resurgió. A diferencia del Toyota, el equipo llegó sobrado al destino final. Aunque el inicio del tercer ciclo del hincha-entrenador, apenas días después de aquella original presentación de refuerzos, arrancó casi tan torcido como su brazo izquierdo. El 27 de enero, Racing perdió 0-1 como local frente a Unión de Santa Fe, mostrando un juego deslucido y pocas ideas para revertir el resultado adverso. No sería la última vez que le sucedería eso en la temporada. De los 11 titulares de aquella noche fatídica de sábado, solo cinco terminaron siendo indiscutidos en la segunda mitad del año. Mucho calor, poco fútbol.
La tribuna Norte C del Estadio General Pablo Rojas hierve. No en vano el seudónimo con el que se conoce popularmente a esta cancha emplazada en el Barrio Obrero de Asunción es La Nueva Olla: el termómetro marca 36 grados a las dos de la tarde y la temperatura no va a bajar hasta que la final de la Copa Sudamericana haya concluido. La térmica asciende a 45 y el sol no cae nunca. Desde el mediodía, el barrio es una sucursal del Presidente Perón: si la esquina no mostrara reluciente el Ministerio de Justicia de Paraguay, cualquiera podría pensar que la intersección de la calle Estados Unidos y la avenida Rodríguez de Francia, en la que se venden pilusos como agua y agua como oro, es la de la parrilla Mil Flores, en Berutti y Colón. Hacia las tres de la tarde, los sectores correspondientes al público de Racing —es decir, el 80 % del estadio— están colmados casi en su totalidad. Faltan dos horas, pero el calendario marca que la institución lleva 36 años sin obtener un título en competiciones internacionales, y el público responde en masa. Aquí y en Avellaneda, donde se abre la cancha para los fanáticos que no pudieron viajar.
Costas era el capitán de aquel último campeón internacional, el de la Supercopa 88,dirigido por otra gloria racinguista: Alfio Basile. Y aunque la historia es conocida, vale repasarla: el niño Gustavo fue la mascota del Equipo de José, el conjunto dirigido por Juan José Pizzuti que trajo la primera Copa Intercontinental a la Argentina. La foto de Juan Carlos Rulli junto a aquel nene de tres años es un símbolo de racinguismo. Costas tuvo un difícil debut en la primera académica.El 16 de mayo de 1982 le tocó marcar a Carlos Bianchi, autor de ambos goles con los que Vélez venció a Racing en el José Amalfitani. Al año siguiente, el cuadro de Avellaneda descendió por primera y única vez en su historia. Pizzuti estaba de nuevo allí para poner la cara como entrenador (es curioso: José dirigió a Basile y a Costas, luego campeones juntos como técnico y jugador. Hay en el plantel de Racing un jugador que fue dirigido tanto por Basile como por, lógicamente, Gustavo: Bruno Zuculini. No le quedará otra que ser director técnico). La revancha para Costas llegaría dos años después cuando, en 1985 y también con Basile en el banco, devolvió a Racing a su lugar histórico, la primera división.
No sabemos si el pueblo paraguayo es poco rencoroso, amable por naturaleza o quiere demasiado a este hombre encorvado, mezcla de Alf y el Señor Spock, que dirigió a tres equipos de este país (Guaraní, Cerro Porteño y Olimpia), está casado con una paraguaya y eligió hacer la pretemporada de invierno en estas tierras cálidas. Por el motivo que sea, tanto los vecinos del Barrio Obrero como los de todas las latitudes atravesadas en el viaje jugaron para Racing: desde aliento callejero y ofrendas varias —en forma de manguerazos, abrazos y sustancias non-sanctas—; hasta pedidos de fotos en el supermercado. Paraguay se hizo de Racing un rato, y los que fuimos de visita nos hicimos un poco paraguayos para siempre. Eso que ya en el entretiempo del partido directamente no existía —la posibilidad de hidratarse: en la tribuna se agotó el expendio de bebida—, aparecía de a baldazos a la salida. Nenes con nuestra camiseta, adultos divertidos con la situación. Una ciudad con la capacidad hotelera atestada y, además de un negocio redondo, una ciudadanía contenta y gentil.
Hay un dato no tan mencionado en la historia de amor entre Racing y Costas: el entrenador es el jugador con más presencias en el profesionalismo con la camiseta del club, solo superado en 121 años de historia por Natalio Perinetti, gloria del amauterismo que llegó a disputar los primeros años de la era profesional(Costas acumula 337 partidos; Perinetti, 405). En pos de hablar de sus capacidades como bombero, se relegaeste hecho. Él mismo dijo que estaba contento por no tener que “venir a apagar incendios” esta vez: se había hecho cargo del primer equipo en 1999, junto a Humberto Maschio, luego de que la síndico Liliana Ripoll, tras la quiebra decretada el año anterior por el presidente Daniel Lalín, pronunciara aquellas palabras que eyectaron a la gente a las calles y el Cilindro: “Racing Club Asociación Civil ha dejado de existir”. Maschio y Costas enderezaron el barco como pudieron y, en medio del caos, hicieron debutar a un chico que prometía: Diego Alberto Milito. Costas volvió en 2007, en el ocaso del gerenciamiento iniciado por Fernando Marín y continuado por Fernando De Tomaso: fue una campaña discreta y con el club en una cercana y traumática transición hacia la democracia.
El Bocha Maschio, cerebro del equipo de José, gloria de Racing y la Selección Argentina, falleció el 20 de agosto de este año. Dos días después, aquel chico que prometía, de recorrido similar al del Bocha —ídolo de Racing que vuelve luego de romperla en Italia para retirarse campeón— anunció que se postulaba para presidente del club. Con dos hombres de la política nacional acompañándolo en la fórmula como candidatos a vicepresidentes —Hernán Lacunza, ex ministro de Hacienda en los gobiernos de Mauricio Macri y María Eugenia Vidal; y Martín Ferré, lo propio en Producción y Desarrollo Social en sendos gobiernos bonaerenses de Daniel Scioli—, se rumoreaba que los planes de Diego Milito en el plano deportivo no incluían al entrenador, que atravesaba una pequeña tormenta por entonces: su Racing, que había tenido un primer semestre de promesas inconclusas —partidos de alto vuelo, goles a granel, acierto en las contrataciones y, a su vez, una ausencia de plan B cuando la cosa arrancaba torcida—, había quedado fuera de la fase final en la Copa de la Liga y protagonizado una derrota oprobiosa ante Talleres de Remedios de Escalada en la siempre distante Copa Argentina. En síntesis: no terminaba de convencer. A Costas lo amenazaba la espada que él mismo se había puesto sobre la nuca al asumir: “No hay que competir, tenemos que ganar”. Sobrevivía gracias a la Copa Sudamericana, donde el equipo había mostrado su cara más seria.
El tío muestra con orgullo el tesoro familiar. Estamos en la casa quinta Montalbetti, un salón de fiestas que por tres noches será nuestro hotel de lujo a precio de habitación porteña, y desenfunda de su bolsillo un nylon que, al fin desplegado, trae adentro el carnet del abuelo Rogelio. Está decidido: Rogelio Boixados vendrá a la cancha con su hijo y sus dos nietos. No podemos perder. Vino toda la banda de San Miguel; el Veneco y Pucho se hicieron amigos al instante. Iván y Martín, los pibes que vieron campeones a Racing casi la misma cantidad de veces que los demás, están expectantes. En las previas, Iván llora de emoción: ya le pasó en la semifinal contra ese Corinthians engañoso, que peleaba el descenso pero tenía en Memphis Depay y Yuri Alberto a dos anchos de espada. Esa noche de bengalas como disparos de luciérnaga, Juanfer Quintero calmó las aguas y acomodó el lío en cinco minutos. Martín Santoro, un alcanzapelotas de 15 años, se ganó el cielo por tener la pericia de alcanzar rápido el balón a Maxi Salas para que haga un lateral que, peinado por Maravilla Martínez, terminó en el segundo gol del astro colombiano.
El equipo creció en la adversidad. Cuando parecía derrumbarse, este Racing sacó la piel y revirtió una situación que se tornaba crítica. Eso que le había costado todo el primer semestre y buena parte del segundo, dar vuelta un resultado cuando empezaba abajo en el marcador, cambió en un momento crucial: el clásico frente a Boca del 14 de septiembre, a días de la serie por cuartos de final que lo enfrentaría con Athletico Paranaense. Desde 1997, Racing no llegaba a una semifinal continental.Y el segundo partido que dio vuelta este año fue esa semi en casa contra Corinthians, un mes y medio después. El carácter asomó cuando el cargo del entrenador temblequeaba en medio del fulgor eleccionario, que enfrentaba a uno de los grandes ídolos del club en el siglo XXI yal presidente que lo había estabilizado, Víctor Blanco, al que se le reclamaba un salto de calidad (traducción: sostener en el tiempo los planteles y una mayor inversión en infraestructura). Se rumoreó que Blanco estaba llamando a otros entrenadores, pero el grupo respondió a tiempo por su DT.
El ojo de Costas para traer jugadores de perfil obrero, desconocidos, poco vistos u olvidados por el espectador promedio del fútbol argentino resultó clave. El Racing modelo 2024fue un equipo hecho a su imagen y semejanza: un tipo que se reivindica, primero que nada, como un trabajador más. Un rostro poco conocido por las nuevas generaciones de futboleros, que hizo casi todo su trayecto como entrenador en el fútbol sudamericano, con mucho éxito y poco reconocimiento (con el título de la Sudamericana, superó a José Mourinho en conquistas transnacionales: Costas ganó títulos en cinco países distintos).Un hombre diáfano, algo tosco para comunicarse, bonachón, que cree que por ese motivo los hinchas de otros equipos querían que Racing triunfara en la final ante Cruzeiro, mismo rival del 88. Un tipo que en este fútbol tal calculador se desboca, corre y se patina, habla sin casete, llora cuando habla de su gran amor. Costas contagió a los suyos para que entendieran lo que significa Racing, al que pone en una tercera posición a la manera del peronismo: “No somos ni la mitad más uno, ni millonarios. Pero somos distintos”.
Desde Buenos Aires llegan audios desaforados. Guada grabó a la banda de amigos de su marido gracias una ventaja tecnológica: el televisor de su habitación estaba adelantado por diez segundos al del living. Los tres goles están registrados, pero el premio se lo lleva el tercero. El Ministro, de esos tipos calmos que mejor no hacer enojar, le pide a Roger “por el amor de Dios” que culmine en gol esa corrida (casi trotada) en el calor sofocante de La Olla. Roger, el otro Martínez, cumple. Ese grito de corazón es casi el mismo que el del estadio. Hay momentos en los que uno quisiera estar en dos lugares al mismo tiempo: uno es este. Desde la popular veo el tacle homoerótico y conmovedor entre Santiago Sosa y su suplente Zuculini. Cuestionado por antiguo, hay algo que queda a la vista desde la misma popular: Costas es jugadorista y logró armar un grupo que se quiere, juegue quien juegue. Leonardo Sigali, ídolo silencioso de la institución que casi no tuvo minutos en este tercer ciclo del DT, levanta la copa junto a su gran amigo Gabriel Arias. El momento hilarante es el de Blanco y Alejandro Domínguez, presidente de la CONMEBOL, sosteniendo un cheque gigante con el premio de seis millones de dólares. La gloria se monetiza, pero es lo que menos nos importa.
Aquellos jugadores plebeyos fueron, en buena medida, los que dieron la cara por el entrenador. Sosa, el volante central surgido en el River de Gallardo y perdido en la medianía de la insulsa liga estadounidense, que aquí jugó un doble rol como líbero y centrocampista, dirá que Costas lo revivió. Adrián Martínez, ex convicto por un crimen no cometido, un goleador de largo recorrido en el ascenso, se convertiría en la principal carta ofensiva. Maxi Salas, en el complemento ideal para Maravilla: peleador insoportable para las defensas rivales, jugador ignoto que Costas había dirigido en Chile; y Agustín García Basso, el central surgido en Boca y referente en Independiente del Valle de Ecuador, el tipo que demuestre que se puede ser hermoso y aun así, atemorizar a los delanteros rivales. A ellos se plegaron otros nombres que habían llegado con Fernando Gago y todavía no habían mostrado su mejor cara: promesas como Juan Nardoni y el renacido Agustín Almendra, apuestas como Gastón Martirena y, por qué no, los mismísimos Juanfer Quintero y Roger Martínez, los tipos de más jerarquía de la escuadra. Un plantel, además, de profundas convicciones religiosas. Como su técnico. Allí tal vez haya habido otra comunión posible: la fe movió montañas.
El miércoles 11 de diciembre vamos con Lisandro al cierre de campaña de Blanco y le agradecemos por estos buenos años. Víctor Blanco es un empresario gastronómico y hotelero. Estamos en Johnny B. Good, uno de sus bares, suponemos, dentro del Casino de Buenos Aires. Toca Yerba Brava, hablan los candidatos —él va como vicepresidente de Christian Devia, secretario general durante toda su gestión—, hay cerveza y fernet libre, finger food, periodistas partidarios, promotoras. Es raro simpatizar por un magnate, pero sucede: su gestión, incluso con aquellos bemoles señalados, deja a Racing en un lugar por encima del que estaba cuando asumió. El sábado 14 de diciembre, a exactos diez años de que Blanco gane su primera elección y Milito su segundo título como jugador, Racing juega su último partido del año y le gana a River por primera vez desde 2017. Al día siguiente, Milito gana unas elecciones con votación récord: más de 17 mil personas se acercan a las instalaciones del club para elegir a la lista 2, en comicios que se convierten en los terceros más concurridos en un club argentino, por detrás de las últimas elecciones en Boca y River. A la fórmula Devia-Blanco no le alcanzó la victoria deportiva: el 60 % de los votos va para Milito-Lacunza.
Por sexta vez en la historia, Racing Club hizo más de 100 goles (fueron 103) en una temporada: la de 2024 se ubica como la tercera campaña más goleadora, tal el poder de fuego; y la cuarta con más goleadas (13, solo por debajo de 1915, 1933 y 1913). La performance de Maravilla Martínez, por ende, es histórica. Además de su despliegue incansable, los números lo avalan: por primera vez en84 años, un jugador del club llegó al menos a 30 goles en un año calendario. Aquella vez lo había logrado Delfín Benítez Cáceres, nacido en… Paraguay, donde también jugó Martínez. Las casualidades no existen. En superior cantidad de partidos que las otras campañas, pero este equipo logró otra cifra histórica: la mayor cantidad de triunfos en un año, 32 (sobre 56), solo empardada por las campañas de 1915 y 1921 (aquellas veces con una mayor efectividad, ya que fueron menos los partidos disputados). En 2023, la valla defendida por Arias había recibido 71 goles. Bajó esa cifra a 53, menos de un gol en contra por partido. Las estadísticas engañan muchas veces; pero otras, apabullan.
El miércoles 18 de este mes que se va, el amigo Lisandro ataca de nuevo: Costas asistirá a los Premios Olimpia y tenemos acceso garantizado. Vamos a saludarlo y conseguir una foto, propone. Ese mismo día se habla de negociaciones complejas para su renovación. Interceptamos al ídolo ya dentro de la sala principal de La Usina del Arte: Gustavo es la estrella de la noche, al menos hasta que llegue Franco Colapinto. Accede a la foto con amabilidad y, cuando Lisandro le muestra otra toma que se sacaron allá por el 94 en Ritmo de la Noche, el programa de Marcelo Tinelli —que organizaba partidos entre futbolistas de primera división, hoy algo impensable—, Costas recuerda: “Acá salimos campeones”.Al día siguiente, la charla entre su manager y la nueva comisión de Racing repunta. El viernes 20, el presidente Diego Milito, el director deportivo Sebastián Saja —otro ídolo vuelto dirigente— y el entrenador rubrican la continuidad y muestran una camiseta que, en su espalda, reza Costas 2025.La vara quedó alta y el año próximo, más que Simuladores, deberán intentar que la comunión entre la dirigencia, el entrenador, los jugadores y la hinchada tenga el mismo fuego.
Por Santiago Segura