Mi querido nueve de febrero
Un año del 9 de febrero. Un año del último clásico de Avellaneda. Un año del partido más recordado de los últimos años. Un año del clásico de la banana. Un año del clásico con dos jugadores menos.
Un año de la venganza del jogging. Un año del clásico que puso a Beccacece en el lado correcto de la ciudad. Un año, 365 días, 8760 horas, 525600 minutos, 31536000 segundos de ese encuentro que quedó marcado para todos los que fuimos parte: jugadores, técnicos, hinchas, utileros, árbitros y rivales. Pasó un año, pero también una pandemia inesperada, la ida de los últimos dos ídolos contemporáneos del club, una elección distinta, un cambio de manager y entrenador y varias cosas más que probablemente me esté olvidando. Pero el recuerdo del 9 de febrero del 2020 está más vigente que nunca. Y hoy se cumple un año.
El 2019 Racing lo cerró con dos campeonatos, pero el año siguiente lo arrancó con dos empates en uno ante Atlético Tucumán y Argentinos. “¿Marcelo Diaz se peleó con Beccacece?”, “¿Si Racing pierde el clásico se queda sin técnico?”, “El Rojo llega mejor que Racing” fueron algunos de los títulos en la semana previa. Personalmente estaba confiado, como en los últimos clásicos, de que Racing iba a estar a la altura y nos iba a dar una alegría. Pero no esperaba tanto…
Recuerdo haber estado todo ese fin de semana sin celular porque se me había roto dos días antes en el cumpleaños de mi hermano. Así que estaba con un humor que solo Racing me lo podía calmar. Pasó el viernes, luego el sábado y llegó el gran día. Partimos con un amigo y mi viejo al mediodía hacia las inmediaciones del Cilindro. Me acuerdo de que fuimos temprano porque teníamos que firmar un aval para una agrupación y hacer una buena previa. Fuimos en subte, donde nos cruzamos con un vecino colorado con una remera señalando el número de sus copas. Seguimos nuestro rumbo hacia Constitución a esperar el colectivo. Estaba muy confiado, me tenía mucha fe. Pasó un taxi y mi padre lo frenó porque quería llegar ya y fuimos directo a Avellaneda. Hicimos todo lo que teníamos que hacer y nos separamos en la puerta del Cilindro.
Entre con un amigo sobre la hora al grito de “Saluda al campeón…” y de la nada lo veo a mi viejo en la popular, algo inusual en estos tiempos ya que generalmente asiste a las plateas. Por la cantidad de gente no nos pudimos acercar. Arrancó el partido y la Academia fue más hasta que en una contra quedó mal parado y Arias tapa una pelota con la mano fuera del área y primer expulsado. Tengo que admitir que no le tenía mucha fe a Javi Garcia, pero había que apoyar. Terminó el primer tiempo y tenía más ganas de ganar que antes. Ya había perdido a mi viejo (después me enteré que cruzó toda la popular y se fue a un costado).
Arrancó el segundo tiempo y al toque la expulsión de Sigali. Estábamos con nueve. No sabía qué pensar, pero con el 0-0 no me iba a ir contento principalmente porque los clásicos de local gracias a la desorganización del fútbol argentino son cada dos años, a diferencia de épocas anteriores. El tiempo pasaba, no nos hacían un gol y la gente cantaba y cantaba. Alguna íbamos a tener…
Un amigo se empezó a sentir mal entonces lo acompañé al baño. Claramente, como me imaginaba, no pudimos volver a subir y los últimos minutos los vi en puntitas de pie. Llegó la gran jugada. La pelota le rebota en la mano a Cvitanich, tira el centro para que Lolo Miranda adrede o no abra las piernas y la deje pasar para que el chileno la frene y se venga el segundo más largo de la historia.
La frena, define y gol de Racing. Ganábamos 1 a 0. El grito me lo acuerdo como si fuera ayer. Apenas terminamos de abrazarnos entre todos los que estaban por ahí, levanté la cabeza y miré la pantalla para “frenar” un poco la emoción de la gente: “Tranquilos, faltan cinco. Hay que aguantar”. De esos cinco mentirosos minutos me acuerdo poco y nada del partido. Las estadísticas dicen que Javi Garcia y Cvitanich se llevaron a uno cada uno de ellos. Supuestamente éramos nueve contra nueve. Quería que terminará ya. Y el objetivo se cumplió. No lo podía creer por cómo había sido el trámite. No sabía si festejar, si agradecer, si llorar, si cantar, no sabía nada. Solo que habíamos ganado. Tenía una energía que no recuerdo haberla tenido antes.
Me fui a caminar por la popular para tratar de tranquilizarme, en el medio me abrazaba con conocidos y desconocidos. Todos estábamos igual. Tarde una hora en irme del playón porque la fiesta seguía. Y definitivamente siguió con familiares y amigos hasta altas horas de la noche. Pero eso es otra cosa. Tardé dos días en recuperar mi voz.
Luego de esto nadie imaginaba todo lo que pasó a nivel mundial. Pero para los hinchas de Racing el 2020 fue el año de la banana. Solo nosotros sabemos todas las sensaciones que pasamos ese fin de semana. Fue un desahogo que nadie lo imaginaba, pero que fue real y nunca nos vamos a olvidar. Y ellos tampoco…
Foto: Prensa Racing Club
Periodista
Agustín Machinandiarena
Periodista Deportivo (Deportea) Enfermo de Racing. Socio N° 20741